martes, 21 de agosto de 2007

Apunte callejero


En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos

senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido

de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un

quinto piso alguien se crucifica al abrir de par en par una

ventana.

Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes,

que se me entran por las pupilas. Me siento tan lleno

que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar algún lastre

sobre la vereda...

Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de

pronto, se arroja sobre las ruedas de un tranvía.


Oliverio Girondo



Este poema habla sobre la monotonía de la ciudad, y su cotidianeidad. Girondo mezcla la realidad con lo surrealista. Él describe la ciudad y su aspecto. Está tan plagada de objetos que el protagonista no logra recordarlos, no puede grabarlos y siente que va a estallar, o morir. La realidad se encuentra en la descripción de la ciudad, y lo surrealista en que se quiere morir, ya que no lo dice textualmente sino que describe su sentimiento a través de expresiones surrealistas como “…mi sombra se separa de mí [...] se arroja sobre las ruedas de un tranvía”, o “en un quinto piso alguien se crucifica...” o “Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda”, ese lastre es su cuerpo.

Retomando el tema de la monotonía, esta es una característica que el poema describe como la principal en una ciudad, ya que habla de una familia gris, gris el color del aburrimiento, de la mediocridad, color del asfalto de la calle, del cemento de las casas.

Girondo dice que “el ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles”, esto se interpreta como que la tecnología, el nuevo mundo, opaca a todo lo natural, ya no se puede apreciar la belleza de una ciudad. Estos automóviles se identifican como un objeto más de la ciudad. Ya no queda más verde de los árboles sino el simple y aburrido gris de la calle.

Su título se relaciona directamente con el texto, ya que podemos enumerar los elementos de la calle, como las mesas, el café, los autos, árboles, ventanas, quioscos, faroles, vereda, esquina, tranvía, en una lista tomada como apunte, que se llama, entonces, apunte callejero.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto el texto, esta muy bueno para poder pensar, justamente hoy camine dos horas de mi vida sobre estas calles grises. Pero que dentro de todo se les puede encontrar mil cosas hermosas, como por ejemplo el sol cuando le da a los árboles y uno puede realmente ver los colores de las cosas. Cuando se le inunda la vista, pero no de porquerías como los automóviles o el ruido que destiñe estas hojas, si no de cuantas mas cosas veamos mejor, de las ansias de ver cada cosa detalladamente para no perderse de nada y querer sacarle una foto por que nunca se va a volver a repetir exactamente igual esa sensación. Que no es simplemente mirarla si no olerla, sentirla con ese vientito que te pega en la cara, hasta saborearla y si se hace un esfuercito inconciente y se aprende a escuchar y a obviar ciertas cosas hasta se puede escuchar ese canto de un pajarito que uno tanto desea pero no tiene.

Verónica Pena dijo...

¿Anónimo? Hola, por ahora te llamamos así...
Un par de cosas de las que decís me hicieron acordar de otro poema de Girondo que tal vez te guste, por eso de no solo mirar sino de algún modo participar de otro ser, por eso del canto que no tenemos, el del pájaro.

Gracias por tu visita y tus palabras. Aquí va el poema 16 de Espantapájaros

A unos les gusta el alpinismo. A otros les entretiene el dominó. A mí me encanta la transmigración.

Mientras aquéllos se pasan la vida colgados de una soga o pegando puñetazos sobre una mesa, yo me lo paso transmigrando de un cuerpo a otro, yo no me canso nunca de transmigrar.

Desde el amanecer, me instalo en algún eucalipto a respirar la brisa de la mañana. Duermo una siesta mineral, dentro de la primera piedra que hallo en mi camino, y antes de anochecer ya estoy pensando la noche y las chimeneas con un espíritu de gato.

¡Qué delicia la de metamorfosearse en abejorro, la de sorber el polen de las rosas! ¡Qué voluptuosidad la de ser tierra, la de sentirse penetrado de tubérculos, de raíces, de una vida latente que nos fecunda... y nos hace cosquillas!

Para apreciar el jamón ¿no es indispensable ser chancho? Quien no logre transformarse en caballo ¿podrá saborear el gusto de los valles y darse cuenta de lo que significa “tirar el carro”?...

Poseer una virgen es muy distinto a experimentar las sensaciones de la virgen mientras la estamos poseyendo, y una cosa es mirar el mar desde la playa, otra contemplarlo con unos ojos de cangrejo.

Por eso a mí me gusta meterme en las vidas ajenas, vivir todas sus secreciones, todas sus esperanzas, sus buenos y sus malos humores.

Por eso a mí me gusta rumiar la pampa y el crepúsculo personificado en una vaca, sentir la gravitación y los ramajes con un cerebro de nuez o de castaña, arrodillarme en pleno campo, para cantarle con una voz de sapo a las estrellas.

¡Ah, el encanto de haber sido camello, zanahoria, manzana, y la satisfacción de comprender, a fondo, la pereza de los remansos.... y de los camaleones!...

¡Pensar que durante toda su existencia, la mayoría de los hombres no han sido ni siquiera mujer!... ¿Cómo es posible que no se aburran de sus apetitos, de sus espasmos y que no necesiten experimentar, de vez en cuando, los de las cucarachas... los de las madreselvas?

Aunque me he puesto, muchas veces, un cerebro de imbécil, jamás he comprendido que se pueda vivir, eternamente, con un mismo esqueleto y un mismo sexo.

Cuando la vida es demasiado humana —¡únicamente humana!— el mecanismo de pensar ¿no resulta una enfermedad más larga y más aburrida que cualquier otra?

Yo, al menos, tengo la certidumbre que no hubiera podido soportarla sin esa aptitud de evasión, que me permite trasladarme adonde yo no estoy: ser hormiga, jirafa, poner un huevo, y lo que es más importante aún, encontrarme conmigo mismo en el momento en que me había olvidado, casi completamente, de mi propia existencia.


Oliverio Girondo

Anónimo dijo...

Con todo respeto disiento en la interpretación del texto. El autor demuestra el sentimiento ABRUMADOR de no poder retener todo lo que ha vivido y cree que seguirá viviendo. Hay en algunas personas una "especie de compulsión obseviva" por mantener los recuerdos. Cada compulsión responde a un posible logro que se quiere obtener. En este caso se trata de mantenerse en el presente por medio de los recuerdos. Al vivir tantas experiencias la memoria empieza a fallar y se cae en la sensación de que la mismísima realidad nos supera. Y eso da un gran temor. El ser siente que empieza a perder lo que olvida y teme que las cosas nuevas desplacen a las anteriores. El párrafo final dedicado a "la sombra" es una manera de expresar ese dolor, que es tal como para abandonar la vida. Pero Girondo jamás haría algo así y encuentra el la sombra el modo de desdoblar su personalidad y ejemplificar lo que siente pero lo que jamás haría.

Saludos

Hernán